domingo, marzo 25, 2007

 

-FRANK ZAPPA- 2-


CAPÍTULO DOS

Un día después ya había recorrido las cincuenta millas y tenía ante sí la ciudad de sus sueños. Los ojos se le salían de las órbitas, los llevaba como platos fuera de sus cuencas mirándolo todo con afán. Parecía su cara una cara de pelos con dos huevos fritos. Sus globos oculares hinchados y saltones eran capaces de ver si pasaban coches mucho antes de llegar a las esquinas.
Frank Zappa estaba inflamado de gozo, se sentía pletórico a reventar, aunque la ropa ya le fuera así de estrecha antes de salir.
Escaparates, luces, tráfico, ruido, grandeza: un mundo en el que destacar, un mundo nuevo de oportunidades, un mundo en el que cualquier miserable puede llegar a gobernar un banco, un banco y un periódico y un carrito de supermercado y unos cartones y unos guantes sin dedos y quién sabe qué más.
Allí Frank iba a ser por fin algo realmente especial.

Y lo fue durante aproximadamente unos dos minutos. Lo fue hasta que dobló por una avenida que daba a una plaza con árboles y césped, y se vio frente a una inmensidad de jóvenes tirados por la hierba que vestían todos igualito igualito que él.

Los ojos le volvieron a las cuencas y de ellas manaron más lágrimas y más mocos que cuando niño. Frank estaba triste y desengañado, triste y solo.
Se sentó bajo uno de aquellos sauces y se lloraron un dúo.
Mierda. –pensó- Tenían razón Jeffrey y Doreen: debo saber música leída y escrita. Debo conocer técnicas y prácticas. Debo admitir que si regreso a casa me espera una buena paliza por robarles todo el dinero sin su consentimiento. ¡Trabajaré y estudiaré.!

CAPÍTULO TRES

Se matriculó en la universidad para perfeccionar sus defectos, consciente de que dominando correctamente el inglés escrito y hablado, le faltaba el inglés tarareado o cantado ronco por ejemplo.
Eso le ocupaba toda la mañana. Comía en algún puesto callejero siempre lejos de su barrio para que no lo conocieran. Era muy posible que acabase echando a correr con un hot dog en las manos y con varios botes de mostaza volando sobre su cabeza.
Bajo esas circunstancias pues, resultaba de lo más natural que comiendo una ridícula salchicha al día y habiendo de esprintar para ello ochocientas yardas, el tipo estuviera hecho un figurín sin una célula de grasa.
También de ese modo los pantalones y la camisa le valdrían para siempre y ahorraría una barbaridad en ropa.

Lo bueno es que la moda imperante le soplaba favor: de unos calzoncillos viejos le salió un pañuelo pirata para las melenas, de los calcetines unas lindas muñequeras y de una camiseta sebosa y una cinta de persiana un espléndido macuto.
Así estaban los tiempos y nada de ello impidió que consiguiera trabajo en un local de comidas rápidas.
Hacían cocina china, japonesa, italiana y mexicana, y si no la hacían estadounidense es porque no existe, no por impericia.

No extrañaba a Frank que con aquellas prisas por completar los pedidos para el reparto, alguien se llevara una pizza de pescado crudo, una enchilada de soja agridulce con algas y ketchup, o unos rollitos de primavera rellenos de mozarela
Frank que era más listo que su propio hambre agarró a su jefe un día en que le había sentado bien el colocón y aprovechó para exponerle su idea.

-Date cuenta, colega, hemos descubierto algo importante. Derriba ese viejo letrero de ahí fuera y coloca uno el doble de grande que diga: “Nueva Cocina Californiana. Dieta Sana, Americana.” Y podremos seguir haciendo lo mismo de siempre, pero sin recibir quejas constantes por los errores en los pedidos.

Fin de capítulo.

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