lunes, agosto 07, 2017

 

--LA INCREÍBLE HISTORIA DEL VIZCONDE DE RÓCHESTER--

--LA INCREÍBLE HISTORIA DE JUAN RAMÓN CAÑIZO-SANDERS, VIZCONDE DE RÓCHESTER--

En el siglo IV antes de Cristo, los dominios del vizconde de Róchester alcanzaban el sur de Gran Bretaña, el oeste de Francia y los países vascos.
Pero no se hizo célebre por gobernar bien o mal, ni por cuestiones guerreras, sino que pasó a los libros de historia por la curiosa manera de perder sus posesiones.
Cuando ya contaba con la avanzada edad de 42 años, un periodista de la época lo entrevistó en su lecho de muerte.

PERIODISTA- Hola, señor vizconde. 
JUAN RAMÓN CAÑIZO-SANDERS, VIZCONDE DE RÓCHESTER- Hola, escribano.
P- Cuénteme por favor qué ocurrió exactamente con sus haciendas.
JRCSVR- Verá usted, yo tenía muchísimas fincas por todas partes y de todas sacaba provecho. Eran por lo general tierras muy fértiles. Tenía buen ojo a la hora de conquistar. Pero la joya de mi corona eran unas excelentísimas hectáreas allá por Guipúzcoa que me enriquecían enormemente. Aquellas tierras eran sin duda las mejores de Europa. Y eso como podrá suponer, suscitaba no pocas envidias entre los nobles vecinos. 
P- ¿Y le invadieron o algo para quitárselas?
JRCSVR- Qué va. Me las robaron.
P- ¿Con artimañas legales, falsificando escrituras, sobornando al registrador de la propiedad, engañándole en una partida de cartas, amenazándole de muerte...?
JRCSVR- Nada de eso. Me las robaron literalmente, materialmente, a pico y pala, con capazos y carretas.
P- ¡Increíble!
JRCSVR- En efecto. Por las noches llegaban cuadrillas de campesinos contratados por mis enemigos y me iban robando poco a poco la tierra, mi magnífica tierra, hasta dejar un hueco de más de dos mil hectáreas sin un maldito gramo de tierra en el que cultivar nada. Una gigantesca y estéril superficie de pura losa.
P- Es absolutamente inaudito. Me he quedado estupefacto. Esto hay que publicarlo.
JRCSVR- Me parece bien.


Y pasados los años, al haber tan buen cimiento allí, la gente aprovechó para construir edificios hasta dar lugar a una bonita ciudad, a la que lógicamente llamaron Tolosa.



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